Estos días está teniendo lugar un intenso debate en Estados Unidos sobre el creciente uso de aviones no tripulados (también conocidos como “drones”) en operaciones de localización y eliminación de terroristas y “combatientes enemigos” en territorio extranjero. Se ha convocado en Washington un comité del Congreso para debatir el marco jurídico en el que operan estos aviones y el pasado 25 de marzo Harold Hongju Koh, asesor legal del Departamento de Estado, defendió ante la Sociedad Estadounidense de Derecho Internacional la legalidad de ese tipo de operaciones.
La justificación legal de Hongjuy Koh se basa en la Ley de Autorización del uso de la fuerza militar, aprobada una semana después de los atentados del 11 S de 2001. El asesor legal afirma que Estados Unidos se encuentra inmerso en un conflicto armado con Al Qaeda, los talibán y grupos asociados y por lo tanto tiene derecho a emplear la fuerza respetando los principios de distinción entre civiles y combatientes [pdf] y de proporcionalidad, cosa que asegura que su gobierno está haciendo, aunque sin revelar ningún detalle sobre las medidas que toma para asegurarse de que es así.
Las declaraciones de Hongjuy Koh ponen de relieve hasta qué punto sigue vigente con Obama la “guerra contra el terrorismo” que iniciara Bush, pese a que la actual administración haya decidido dejar de utilizar públicamente ese nombre, y suscitan serias dudas sobre cómo se puede trazar una distinción clara entre objetivos militares y civiles en una guerra en la que el enemigo no se caracteriza por pertenecer a un ejército convencional.
La justificación del asesor legal ha llegado después de que el pasado mes de octubre el relator especial sobre ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias de la ONU, Philip Alston, declarase que es muy posible que las ejecuciones con “drones” que está llevando a cabo Estados Unidos violen el derecho internacional. Alston reconocía que este tipo de operaciones pueden ser legales en ciertas circunstancias, pero no existe información suficiente al respecto, ya que forman parte de un programa secreto de la CIA cuyas reglas y protocolos de actuación son confidenciales, pese a que organizaciones como la Unión Americana por las Libertades Civiles han pedido en reiteradas ocasiones que se den a conocer públicamente.
Philip Alston dijo ayer en Democracy Now! que las explicaciones de Hongjuy Koh no son en absoluto satisfactorias y que su contenido real sólo era una petición de que se crea ciegamente que Estados Unidos se está asegurando de respetar la ley internacional en su programa secreto sin ofrecer ninguna garantía real, lo cual sienta un peligroso precedente y socava enormemente el derecho internacional.
La guerra invisible de Pakistán
El reportaje más completo sobre el programa de la CIA es el que publicó el pasado mes de octubre la periodista Jane Mayer en The New Yorker, “The Predator War”. Según Mayer, los aviones despegan y aterrizan en bases secretas de Afganistán y Pakistán y cuando están en el aire son controlados desde la sede de la Agencia en Langley, Virginia. Además, la CIA emplea a contratistas privados de la empresa Blackwater (rebautizada como Xe) para desempeñar tareas tan fundamentales como cargar los aviones con misiles u ocuparse de la seguridad de las bases desde las que operan.
El programa, que se desarrolla de forma paralela a otro reconocido públicamente de la Fuerza Aérea en Afganistán e Iraq, comenzó durante el gobierno de George W. Bush pero recibió un enorme impulso cuando Obama accedió al poder. El vicepresidente Joe Biden es uno de los mayores defensores de una estrategia cuya implantación y ejecución se han producido lejos del escrutinio público y que para el gobierno tiene la ventaja de que no es probable que acarree ningún desgaste político, ya que no se producen bajas de soldados estadounidenses. Además, los bombardeos tienen lugar en zonas en las que el gobierno pakistaní no mantiene un control efectivo y cuyo acceso es enormemente difícil para la prensa, por lo que son muy poco visibles mediáticamente.
Según un informe [pdf] de la New American Foundation sobre los ataques con aviones no tripulados en Pakistán, sólo en el año 2009 se produjeron 53 ataques, más que entre 2004 y 2008 (un total de 43, 34 de ellos en ese último año). Para elaborar el informe se han comparado diversas noticias publicadas en la prensa internacional. Según esos cálculos, hubo entre 830 y 1210 víctimas mortales de 2004 a 2010, de las cuales aproximadamente una tercera parte fueron considerados civiles por la prensa. Según esas informaciones, en 2009 murieron 502 personas, 382 de ellas descritas como militantes, lo que supone un 24 por ciento de muertos civiles.
Las cifras de víctimas que ofrece ese informe ya contradicen bastante por sí solas la alegación de Harold Hongju Koh de que Estados Unidos respeta los principios de distinción y proporcionalidad, pero es que además son muy inferiores a las que maneja el propio gobierno pakistaní. Éste sostiene que en 2009 Estados Unidos lanzó 44 ataques con “drones” en las zonas tribales del país en los que murieron 708 personas, de las cuales sólo cinco eran dirigentes talibán o de Al Qaeda y el resto eran civiles inocentes. Es decir, según ese cálculo más del 90 por ciento de las víctimas eran civiles.
Como no podría ser de otro modo, los ataques con aviones no tripulados gozan de escasa popularidad entre la población pakistaní y suponen una grave amenaza a la estabilidad de un país con un gobierno débil y frágil, cuya participación en el programa es bien conocida pese a que se oponga a él públicamente. Además, son enormemente contraproducentes en lo que respecta a su objetivo. De un modo similar a lo que sucedió con los bombardeos secretos de Camboya a principios de los años setenta, son la mejor razón que las organizaciones de la región a las que se supone que se está combatiendo pueden esgrimir para captar a nuevos reclutas entre una población desprotegida y masacrada impunemente desde el aire con la connivencia de su propio gobierno.
La guerra a distancia
La historia de la evolución de la tecnología militar puede resumirse como una tendencia a aumentar la capacidad destructiva de las armas tanto como la distancia desde la que se puede golpear al enemigo. Los aviones no tripulados y los robots, que en principio pueden estar equipados con cualquier arma disponible, suponen la culminación de ese proceso.
Estados Unidos lleva muchos años investigando este tipo de tecnología, en un principio para emplearla sobre todo en misiones de reconocimiento, y cada vez dedica una parte mayor de su presupuesto a la fabricación e investigación de aviones no tripulados y robots que puedan ocupar el lugar que tradicionalmente estaba reservado a los soldados en el campo de batalla. En un horizonte lejano se pueden vislumbrar incluso insectos con chips implantados que se podrían dirigir por control remoto para lanzar sus ataques con armas químicas.
Pero Estados Unidos no es el único país que emplea este tipo de armas. Israel utilizó aviones no tripulados en la ofensiva contra Gaza del año pasado, unos aviones que estaban equipados con unas cámaras de precisión que permiten distinguir incluso el color de la ropa, lo que no impidió que asesinaran a 29 civiles, entre ellos ocho niños. Según algunos informes, China está copiando los diseños de los “drones” estadounidenses. Pakistán ya ha comenzado a fabricar los suyos, de momento para misiones de reconocimiento. Y, dejando aparte el uso militar, la policía británica tiene previsto implantar esta tecnología para vigilar manifestaciones y prevenir diversos actos delictivos antes de los juegos olímpicos de Londres de 2012.
Como señala el experto en defensa Peter W. Singer, el empleo de este tipo de armamento supone una revolución en la forma de combatir tan trascendental como la de la invención de la pólvora. Muchos soldados ya no luchan en tierras remotas sino que bombardean países lejanos desde sus ciudades en horarios de oficina para luego volver a sus casas con sus familias. Además, la guerra ya no implica una decisión política tan “seria” como antes, de hecho ya ni siquiera es necesario declararla y un país puede librarla sin que su población tenga que sufrir las consecuencias.
Las decisiones sobre este tipo de guerra a menudo no están sometidas al control del poder legislativo ni de la opinión pública, tal y como hemos visto en el caso de Pakistán. Paradójicamente, el público cada vez tiene más acceso, a través de canales como YouTube, a imágenes de esas guerras tomadas desde los aviones no tripulados, lo que ha recibido el nombre de “porno drone”. En cierto sentido, el mayor peligro de los aviones no tripulados, aparte de su potencial mortífero, radica precisamente en eso, en que cuanto más lejana le resulta la guerra a la población de los países agresores, más se convierte en un espectáculo que sólo le concierne como mero entretenimiento.
Fuente: http://elgranjuego.periodismohumano.com
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